El Mallorca es un sentimiento. Y en la vida, como decía la famosa película, uno puede cambiar de muchas cosas, muchísimas, menos de pasión. Uno no puede cambiar nunca de pasión.
El sentimiento rojillo no entiende de descensos, de lágrimas o de apuros. Sin embargo, sí lo hace de lucha, de tradición y de ese algo intangible que va mucho más allá del fútbol y el deporte. Ser mallorquinista es un sentimiento que pasa de generación en generación.
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